Carente de toda facilidad para la creación de discursos, ni para el comando de la oratoria, ni ningún tipo de dominio de la retórica, deseo agradecer a los administradores de la generosidad de Alfred Nobel por este premio.
Ningún escritor que conozca a los grandes escritores que no recibieron el premio puede aceptarlo, a no ser con humildad. No hay necesidad de enumerar estos escritores. Cada uno aquí puede hacer su propia lista de acuerdo a su conocimiento y su consciencia.
Me sería imposible pedir al embajador de mi país que leyera un discurso en el que un escritor diga todas las cosas que están en su corazón. Las cosas que un hombre escribe pueden no ser inmediatamente perceptibles, y en esto a veces se es afortunado; pero eventualmente se vuelven claras, y por estas, y por el grado de alquimia que posee, él perdurará o será olvidado.
Escribir, de la mejor manera, implica una vida solitaria. Organizaciones de escritores mitigan la soledad del escritor, pero yo dudo que mejoren su escritura. Él crece en estatura pública cuando se despoja de su soledad y a menudo su trabajo se deteriora. Porque él hace su trabajo en soledad, y si él es lo suficientemente buen escritor, debe enfrentar la eternidad, o la falta de ella, todos los días.
Para un escritor de verdad, cada libro debería ser un nuevo comienzo donde él intenta alcanzar algo que está más allá de su alcance. Él debe intentar siempre hacer algo que nunca antes ha sido hecho o que otros han intentado hacer y han fracasado. Entonces a veces, con mucha suerte, él tendrá éxito.
Qué simple sería la escritura de la literatura si solo fuera necesario escribir de otra manera lo que ha sido bien escrito. Eso es porque hemos tenido tan grandes escritores en el pasado que un escritor es conducido más lejos de donde puede ir, allá donde nadie puede ayudarlo.
He hablado demasiado tiempo como escritor. Un escritor debería escribir lo que tiene que decir y no hablarlo. De nuevo, gracias. 1
1. Traducción propia del discurso tomado de : https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1954/hemingway-speech.html
Como latinoamericano no es difícil sentir La Soledad De América Latina; nos es posible entender el Elogio de la Lectura y Ficción o entrar en La Búsqueda del Presente. Pero es difícil acercarse al Japón ambiguo y yo. He aquí un acercamiento al agradecimiento que hacen los grandes cuando el mundo mismo les agradece. He aquí algunos de los discursos de grandes hombres y mujeres al recibir grandes honores.
sábado, 23 de septiembre de 2017
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1953 por Winston Churchill
Como el laureado no tuvo la posibilidad de estar presente en el banquete del Nobel en Estocolmo el 10 de diciembre de 1953 el discurso fue leído por Lady Churchill
El premio Nobel de Literatura es para mí un honor único e inesperado y me aflige que mis deberes no me permitan recibirlo por mi mismo aquí en Estocolmo de las manos de Su Majestad, su amado y respetado Soberano. Estoy agradecido de que se me permita confiar esta tarea a mi esposa.
El rol en el cual mi nombre ha sido inscrito representa mucho de lo que se destaca en la literatura mundial del siglo XX. El juicio de la Academia Sueca es aceptado como imparcial, autoritario y sincero a través de todo el mundo civilizado. Yo estoy orgulloso, pero también, debo admitir, pasmado por su decisión de incluirme. Espero estén en lo correcto. Siento que ambos corremos un considerable riesgo y ese es que no lo merezco. Pero no tendré recelos si ustedes no tienen ninguno.
Desde que Alfred Nobel murió en 1896 hemos entrado en una época de tormenta y tragedia. El poder del hombre ha madurado en todas las esferas excepto sobre sí mismo. Nunca en el campo de acción los eventos parecían tan fuertemente a las personalidades enanas. rara vez en la historia hay hechos brutales tan dominados por el pensamiento o tiene una virtud tan generalizada e individual que se encuentra tan débil un enfoque colectivo. La temible pregunta nos enfrenta; ¿nuestros problemas han quedado fuera de control? Sin lugar a dudas estamos atravesando una fase donde esto puede ser así. Bien podemos humillarnos, y pedir por guía y misericordia.
Nosotros en Europa y el mundo occidental, quienes hemos planeado por salud y seguridad social, quienes nos hemos maravillado con los triunfos de la medicina y la ciencia y quienes hemos apuntado a la justicia y la libertad para todos, hemos sido testigos de hambre, miseria, crueldad, y destrucción antes que palidecieran los hechos de Atila o Genghis Khan. Y nosotros quienes, primero en la Liga de las Naciones, y ahora en las Naciones Unidas, hemos intentado dar un fundamento duradero a la paz que los hombres han soñado desde hace mucho tiempo, hemos vivido para ver un mundo estropeado por divisiones y amenazado por discordias incluso más graves y más violentas que aquellas que convulsionaron Europa después de la caída del Imperio Romano.
Es sobre este oscuro fondo que podemos apreciar la majestuosidad y esperanza que inspira la concepción de Alfred Nobel. Ha dejado detrás de él un haz brillante y duradero de cultura, del propósito, y de la inspiración para una generación que está en dolorosa necesidad. Esta institución de fama mundial nos señala un verdadero camino por el cual seguir. Afrontemos, entonces, el estrépito y la rigidez que vemos a nuestro alrededor con tolerancia, variedad, y calma.
El mundo mira con admiración y, de hecho, con comodidad a Escandinavia, donde tres países, sin sacrificar su soberanía, viven unidos en sus pensamientos, en su práctica económica, y en su saludable modo de vivir. De estas fuentes, nuevas y más brillantes oportunidades pueden llegar a toda la humanidad. Estos son, creo, los sentimientos que pueden animar a todos aquellos a quienes la Fundación Nobel decide honrar, con el seguro conocimiento de que ellos respetarán los ideales y deseos de su ilustre fundador.1
1 Traducción propia. Ver original en:https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1953/churchill-speech.html
El premio Nobel de Literatura es para mí un honor único e inesperado y me aflige que mis deberes no me permitan recibirlo por mi mismo aquí en Estocolmo de las manos de Su Majestad, su amado y respetado Soberano. Estoy agradecido de que se me permita confiar esta tarea a mi esposa.
El rol en el cual mi nombre ha sido inscrito representa mucho de lo que se destaca en la literatura mundial del siglo XX. El juicio de la Academia Sueca es aceptado como imparcial, autoritario y sincero a través de todo el mundo civilizado. Yo estoy orgulloso, pero también, debo admitir, pasmado por su decisión de incluirme. Espero estén en lo correcto. Siento que ambos corremos un considerable riesgo y ese es que no lo merezco. Pero no tendré recelos si ustedes no tienen ninguno.
Desde que Alfred Nobel murió en 1896 hemos entrado en una época de tormenta y tragedia. El poder del hombre ha madurado en todas las esferas excepto sobre sí mismo. Nunca en el campo de acción los eventos parecían tan fuertemente a las personalidades enanas. rara vez en la historia hay hechos brutales tan dominados por el pensamiento o tiene una virtud tan generalizada e individual que se encuentra tan débil un enfoque colectivo. La temible pregunta nos enfrenta; ¿nuestros problemas han quedado fuera de control? Sin lugar a dudas estamos atravesando una fase donde esto puede ser así. Bien podemos humillarnos, y pedir por guía y misericordia.
Nosotros en Europa y el mundo occidental, quienes hemos planeado por salud y seguridad social, quienes nos hemos maravillado con los triunfos de la medicina y la ciencia y quienes hemos apuntado a la justicia y la libertad para todos, hemos sido testigos de hambre, miseria, crueldad, y destrucción antes que palidecieran los hechos de Atila o Genghis Khan. Y nosotros quienes, primero en la Liga de las Naciones, y ahora en las Naciones Unidas, hemos intentado dar un fundamento duradero a la paz que los hombres han soñado desde hace mucho tiempo, hemos vivido para ver un mundo estropeado por divisiones y amenazado por discordias incluso más graves y más violentas que aquellas que convulsionaron Europa después de la caída del Imperio Romano.
Es sobre este oscuro fondo que podemos apreciar la majestuosidad y esperanza que inspira la concepción de Alfred Nobel. Ha dejado detrás de él un haz brillante y duradero de cultura, del propósito, y de la inspiración para una generación que está en dolorosa necesidad. Esta institución de fama mundial nos señala un verdadero camino por el cual seguir. Afrontemos, entonces, el estrépito y la rigidez que vemos a nuestro alrededor con tolerancia, variedad, y calma.
El mundo mira con admiración y, de hecho, con comodidad a Escandinavia, donde tres países, sin sacrificar su soberanía, viven unidos en sus pensamientos, en su práctica económica, y en su saludable modo de vivir. De estas fuentes, nuevas y más brillantes oportunidades pueden llegar a toda la humanidad. Estos son, creo, los sentimientos que pueden animar a todos aquellos a quienes la Fundación Nobel decide honrar, con el seguro conocimiento de que ellos respetarán los ideales y deseos de su ilustre fundador.1
1 Traducción propia. Ver original en:https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1953/churchill-speech.html
sábado, 27 de mayo de 2017
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1952 por François Mauriac
El último tema a ser tocado por el hombre de letras a quienes ustedes están honrando, creo, es él mismo y su trabajo. Pero ¿cómo puedo yo apartar mis pensamientos de ese trabajo y de ese hombre, de esas pobres historias y de ese simple escritor francés, quien por la gracia de la Academia Sueca se encuentra repentinamente abrumado y casi que agobiado por tales excesos de honor? No, no creo que sea vanidad lo que me hace revisar el largo camino que me ha llevado desde una oscura niñez hasta el lugar que hoy ocupo en medio vuestro.
Cuando empecé a describirlo, nunca imaginé que ese pequeño mundo del pasado que sobrevive en mis libros, este rincón de una provincia francesa que es a duras penas conocido por los franceses mismos, donde yo pasaba mis vacaciones escolares, pudiera capturar el interés de los lectores extranjeros. Nosotros siempre creímos en nuestra singularidad; olvidamos que los libros que nos encantaron, las novelas de George Elliot o Dickens, de Tolstoi o Dostoievski, o de Selma Lagerlöf, describen países muy diferentes de los nuestros, seres humanos de otras razas y otras religiones. Mas sin embargo, los amábamos únicamente porque nos reconocíamos en ellos. La humanidad entera se aparece en el campesino de nuestro lugar natal, en todas las regiones del mundo, en el horizonte visto a través de los ojos de nuestra infancia. El don del novelista consiste precisamente en su habilidad para revelar la universalidad de este estrecho mundo en el que nacemos, donde hemos aprendido a amar y a sufrir. Para muchos de mis lectores en Francia, y en el extranjero, mi mundo ha aparecido sombrío. ¿Debo decir que esto siempre me ha sorprendido? Los mortales, porque son mortales, temen el nombre mismo de la muerte; y aquellos quienes nunca han amado o han sido amados, o que han sido abandonados y traicionados, o han perseguido en vano un ser inaccesible a ellos sin siquiera buscar la criatura que los persiguió y que ellos no amaron; todos ellos están asombrados y escandalizados cuando una obra de ficción describe la soledad en el corazón mismo del amor. «Cuéntanos cosas agradables», le dijeron los judíos al profeta Isaias. «Nos engañan con falsedades agradables».
Sí, el lector exige que lo engañemos con falsedades agradables.
Sin embargo, aquellas obras que han sobrevivido en la memoria de la humanidad son aquellas que han abrazado el drama humano en su totalidad y no se han apartado de la evidencia de la incurable soledad en la que cada uno de nosotros debe enfrentar su destino hasta la muerte, esa última soledad, porque finalmente debemos morir solos.
Este es el mundo de un novelista sin esperanza. Este es el mundo en el que somos guiados por el gran Strindberg. Este habría sido mi mundo de no ser por esa inmensa esperanza por la cual he sido poseído prácticamente desde que desperté a la vida consciente. Perfora con un rayo de luz la oscuridad que he descrito. Mi color es el negro y yo soy juzgado por ese negro en lugar de ser juzgado por esa luz que penetra en él y secretamente se quema allí. Cada vez que una mujer en Francia trata de envenenar a su marido o estrangular a su amante, la gente me dice: «Acá hay un tema para ti.» Ellos piensan que mantengo alguna clase de museo de horrores, que me especializo en monstruos. Y sin embargo, mis personajes difieren en un punto esencial de casi todos los demás personajes que viven en las novelas de nuestro tiempo: Ellos sienten que tienen un alma. En esta Europa postnietzscheana, donde aún se oye el eco del grito de Zaratustra «Dios ha muerto» y que aún no ha agotado sus terribles consecuencias. Quizá no todos mis personajes creen que Dios esté vivo, pero todos ellos tienen una consciencia que sabe que parte de su ser reconoce el mal y no podía cometerlo. Ellos conocen el mal. Todos sienten vagamente que son criaturas de sus hechos y tienen ecos en otros destinos.
Para mis héroes, por desgraciados que sean, la vida es una experiencia de infinito movimiento, de una infinita trascendencia de sí mismos. Una humanidad que no duda que la vida tiene una dirección y un objetivo no puede ser una humanidad desesperada. La desesperación del hombre moderno nace del sin sentido del mundo; su desesperación así como su sumisión a los mitos substitutivos: el absurdo entrega al hombre a lo inhumano. Cuando Nietzsche anuncia la muerte de Dios, también anunció los tiempos que hemos vivido y que aquellos que tenemos por vivir, en los que el hombre, vaciado de su alma y por lo tanto privado de un destino personal, se convierte en una bestia de carga más maltratada que un simple animal maltratado por los nazis y por todos aquellos que usan los métodos nazis. Un caballo, una mula, una vaca tienen un valor en el mercado, pero del animal humano, obtenido sin costo gracias a una depuración bien organizada y sistemática , no se obtiene ganancia sino hasta que perece. Ningún escritor que mantenga en el centro de su trabajo la criatura humana en la imagen del Padre, redimida por el Hijo e iluminada por el Espíritu, puede, en mi opinión, considerarse un maestro de la desesperación. Su imagen siempre tan sombría.
Pues su imagen permanece sombría ya que para él la naturaleza del hombre no está herida, sino corrompida. No hace falta decir que la historia humana contada por un novelista cristiano no puede basarse en el idilio porque no debe alejarse del misterio del mal. Pero obsesionarse con el mal es también obsesionarse con la pureza y la infancia. Me entristece que los críticos y lectores demasiado apresurados no se hayan dado cuenta el lugar que ocupa el niño en mis historias. Un niño sueña en el corazón de todos mis libros; contienen los amores de los niños, los primeros besos y las primeras soledades, todas las cosas que he apreciado en la música de Mozart. Las serpientes de mis libros han sido notadas, pero no las palomas que han hecho sus nidos en más de un capítulo; porque en mis libros la infancia es el paraíso perdido, e introduce el misterio del mal.
El misterio del mal, no hay más de dos maneras de acercarse a él. O debemos negar la maldad o debemos aceptarla como aparece, tanto dentro de nosotros como afuera, en nuestra vida individual, en nuestras pasiones, así como en la historia escrita con la sangre de los hombres derramada por el poder de los imperios hambrientos. Yo siempre he creído que hay una estrecha correspondencia entre los crímenes individuales y los colectivos, y, como periodista que soy, no hago más que descifrar día a día, en el horror de la historia política, las consecuencias visibles de esa historia invisible que toma lugar en la oscuridad del corazón. Pagamos muy caro de que el mal es maligno, nosotros, los que vivimos bajo un cielo donde el humo de los crematorios sigue a la deriva. Los hemos vistos con nuestros propios ojos devorar millones de inocentes, incluso niños. Y la historia continua de la misma manera. El sistema de los campos de concentración ha alcanzado raíces profundas en países antiguos donde Cristo ha sido amado, adorado y servido por siglos. observamos con horror cómo la parte del mundo en la que los hombres continúan disfrutando sus derechos humanos, donde la mente humana permanece libre, se está encogiendo bajo nuestros ojos como la «peau de chagrin»1 de la novela de Balzac.
Por un momento, no imaginen que, como creyente, pretendo no ver las objeciones que se elevan a la creencia por la presencia del mal en la tierra. Para un cristiano, el mal sigue siendo el más angustiante de los misterios. El hombre que en medio de los crímenes de la historia persevera en su fe tropezará con el escándalo permanente: la aparente inutilidad de la Redención. Las explicaciones bien razonadas de los teólogos acerca de la presencia del mal nunca me han convencido, por razonables que sean, y justamente por ser razonables. La respuesta que se nos escapa presupone un orden no de razón sino de caridad. Es una respuesta que se encuentra plenamente en la afirmación de San Juan: Dios es Amor. Nada es imposible para el amor vivo, ni siquiera atraerlo todo a sí mismo; Y eso también está escrito.
Perdónenme por plantear un problema que por generaciones ha causado muchos comentarios, disputas, herejías, persecuciones y martirios. Pero después de todo, es un novelista quien les habla, y uno que han preferido sobre todos los demás, por lo tanto, deben atribuir algo de valor a lo que fue su inspiración. Él da testimonio de que lo que ha escrito acerca de la luz de su fe y esperanza no ha contradicho la experiencia de aquellos de sus lectores que no comparten ni su esperanza ni su fe. Para tomar otro ejemplo, vemos que los admiradores agnósticos de Graham Greene no se desaniman con por su visión cristiana. Chesterton ha dicho que siempre que algo extraordinario sucede en el cristianismo, en última instancia algo extraordinario le corresponde en realidad. Si consideramos este pensamiento, descubriremos, quizá, la razón del misterioso acuerdo entre las obras de inspiración católica, como las de mi amigo Graham Greene, y el vasto público descristianizado que devora sus libros y ama sus películas.
¡Sí, un vasto y descristianizado público! Según André Malraux «la revolución juega hoy el papel que antes le pertenecía a la vida eterna.» Pero ¿y si el mito fuera, precisamente, la revolución? ¿Y si la vida eterna fuera la única realidad?
Cualquiera que sea la respuesta, estaremos de acuerdo en un punto: que la humanidad descristianizada sigue siendo una humanidad crucificada. ¿Qué poder mundano destruirá la correlación de la cruz con el sufrimiento humano? Incluso su Strindberg, quien descendió en las profundidades extremas del abismo en el cual el salmista lanzó su grito, incluso Strindberg mismo deseo que una sola palabra sea grabada en su tumba , la palabra que bastaría por sí misma para sacudir y forzar las puertas de la eternidad: «o crux ave spes unica»2. Después de tantos sufrimientos, incluso él descansa en la protección de esa esperanza, en la sombra de ese amor. Y es en su nombre que su laureado les pide que perdonen todas esta palabras tan personales que quizá han golpeado en una nota demasiado grave. ¿Pero, podría hacerlo mejor a cambio de los honores con que lo han abrumado tanto que abrieron su corazón y su alma? Y porque él les ha dicho a través de sus personajes el secreto de su tormento, también debe presentarse esta noche el secreto de su paz.
1.La Piel de Zapa, novela escrita por Honoré de Balzac en 1831.
2. Saludo a la Cruz, nuestra única esperanza.
3. Traducción del ingles tomado de: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1952/mauriac-speech.html
Cuando empecé a describirlo, nunca imaginé que ese pequeño mundo del pasado que sobrevive en mis libros, este rincón de una provincia francesa que es a duras penas conocido por los franceses mismos, donde yo pasaba mis vacaciones escolares, pudiera capturar el interés de los lectores extranjeros. Nosotros siempre creímos en nuestra singularidad; olvidamos que los libros que nos encantaron, las novelas de George Elliot o Dickens, de Tolstoi o Dostoievski, o de Selma Lagerlöf, describen países muy diferentes de los nuestros, seres humanos de otras razas y otras religiones. Mas sin embargo, los amábamos únicamente porque nos reconocíamos en ellos. La humanidad entera se aparece en el campesino de nuestro lugar natal, en todas las regiones del mundo, en el horizonte visto a través de los ojos de nuestra infancia. El don del novelista consiste precisamente en su habilidad para revelar la universalidad de este estrecho mundo en el que nacemos, donde hemos aprendido a amar y a sufrir. Para muchos de mis lectores en Francia, y en el extranjero, mi mundo ha aparecido sombrío. ¿Debo decir que esto siempre me ha sorprendido? Los mortales, porque son mortales, temen el nombre mismo de la muerte; y aquellos quienes nunca han amado o han sido amados, o que han sido abandonados y traicionados, o han perseguido en vano un ser inaccesible a ellos sin siquiera buscar la criatura que los persiguió y que ellos no amaron; todos ellos están asombrados y escandalizados cuando una obra de ficción describe la soledad en el corazón mismo del amor. «Cuéntanos cosas agradables», le dijeron los judíos al profeta Isaias. «Nos engañan con falsedades agradables».
Sí, el lector exige que lo engañemos con falsedades agradables.
Sin embargo, aquellas obras que han sobrevivido en la memoria de la humanidad son aquellas que han abrazado el drama humano en su totalidad y no se han apartado de la evidencia de la incurable soledad en la que cada uno de nosotros debe enfrentar su destino hasta la muerte, esa última soledad, porque finalmente debemos morir solos.
Este es el mundo de un novelista sin esperanza. Este es el mundo en el que somos guiados por el gran Strindberg. Este habría sido mi mundo de no ser por esa inmensa esperanza por la cual he sido poseído prácticamente desde que desperté a la vida consciente. Perfora con un rayo de luz la oscuridad que he descrito. Mi color es el negro y yo soy juzgado por ese negro en lugar de ser juzgado por esa luz que penetra en él y secretamente se quema allí. Cada vez que una mujer en Francia trata de envenenar a su marido o estrangular a su amante, la gente me dice: «Acá hay un tema para ti.» Ellos piensan que mantengo alguna clase de museo de horrores, que me especializo en monstruos. Y sin embargo, mis personajes difieren en un punto esencial de casi todos los demás personajes que viven en las novelas de nuestro tiempo: Ellos sienten que tienen un alma. En esta Europa postnietzscheana, donde aún se oye el eco del grito de Zaratustra «Dios ha muerto» y que aún no ha agotado sus terribles consecuencias. Quizá no todos mis personajes creen que Dios esté vivo, pero todos ellos tienen una consciencia que sabe que parte de su ser reconoce el mal y no podía cometerlo. Ellos conocen el mal. Todos sienten vagamente que son criaturas de sus hechos y tienen ecos en otros destinos.
Para mis héroes, por desgraciados que sean, la vida es una experiencia de infinito movimiento, de una infinita trascendencia de sí mismos. Una humanidad que no duda que la vida tiene una dirección y un objetivo no puede ser una humanidad desesperada. La desesperación del hombre moderno nace del sin sentido del mundo; su desesperación así como su sumisión a los mitos substitutivos: el absurdo entrega al hombre a lo inhumano. Cuando Nietzsche anuncia la muerte de Dios, también anunció los tiempos que hemos vivido y que aquellos que tenemos por vivir, en los que el hombre, vaciado de su alma y por lo tanto privado de un destino personal, se convierte en una bestia de carga más maltratada que un simple animal maltratado por los nazis y por todos aquellos que usan los métodos nazis. Un caballo, una mula, una vaca tienen un valor en el mercado, pero del animal humano, obtenido sin costo gracias a una depuración bien organizada y sistemática , no se obtiene ganancia sino hasta que perece. Ningún escritor que mantenga en el centro de su trabajo la criatura humana en la imagen del Padre, redimida por el Hijo e iluminada por el Espíritu, puede, en mi opinión, considerarse un maestro de la desesperación. Su imagen siempre tan sombría.
Pues su imagen permanece sombría ya que para él la naturaleza del hombre no está herida, sino corrompida. No hace falta decir que la historia humana contada por un novelista cristiano no puede basarse en el idilio porque no debe alejarse del misterio del mal. Pero obsesionarse con el mal es también obsesionarse con la pureza y la infancia. Me entristece que los críticos y lectores demasiado apresurados no se hayan dado cuenta el lugar que ocupa el niño en mis historias. Un niño sueña en el corazón de todos mis libros; contienen los amores de los niños, los primeros besos y las primeras soledades, todas las cosas que he apreciado en la música de Mozart. Las serpientes de mis libros han sido notadas, pero no las palomas que han hecho sus nidos en más de un capítulo; porque en mis libros la infancia es el paraíso perdido, e introduce el misterio del mal.
El misterio del mal, no hay más de dos maneras de acercarse a él. O debemos negar la maldad o debemos aceptarla como aparece, tanto dentro de nosotros como afuera, en nuestra vida individual, en nuestras pasiones, así como en la historia escrita con la sangre de los hombres derramada por el poder de los imperios hambrientos. Yo siempre he creído que hay una estrecha correspondencia entre los crímenes individuales y los colectivos, y, como periodista que soy, no hago más que descifrar día a día, en el horror de la historia política, las consecuencias visibles de esa historia invisible que toma lugar en la oscuridad del corazón. Pagamos muy caro de que el mal es maligno, nosotros, los que vivimos bajo un cielo donde el humo de los crematorios sigue a la deriva. Los hemos vistos con nuestros propios ojos devorar millones de inocentes, incluso niños. Y la historia continua de la misma manera. El sistema de los campos de concentración ha alcanzado raíces profundas en países antiguos donde Cristo ha sido amado, adorado y servido por siglos. observamos con horror cómo la parte del mundo en la que los hombres continúan disfrutando sus derechos humanos, donde la mente humana permanece libre, se está encogiendo bajo nuestros ojos como la «peau de chagrin»1 de la novela de Balzac.
Por un momento, no imaginen que, como creyente, pretendo no ver las objeciones que se elevan a la creencia por la presencia del mal en la tierra. Para un cristiano, el mal sigue siendo el más angustiante de los misterios. El hombre que en medio de los crímenes de la historia persevera en su fe tropezará con el escándalo permanente: la aparente inutilidad de la Redención. Las explicaciones bien razonadas de los teólogos acerca de la presencia del mal nunca me han convencido, por razonables que sean, y justamente por ser razonables. La respuesta que se nos escapa presupone un orden no de razón sino de caridad. Es una respuesta que se encuentra plenamente en la afirmación de San Juan: Dios es Amor. Nada es imposible para el amor vivo, ni siquiera atraerlo todo a sí mismo; Y eso también está escrito.
Perdónenme por plantear un problema que por generaciones ha causado muchos comentarios, disputas, herejías, persecuciones y martirios. Pero después de todo, es un novelista quien les habla, y uno que han preferido sobre todos los demás, por lo tanto, deben atribuir algo de valor a lo que fue su inspiración. Él da testimonio de que lo que ha escrito acerca de la luz de su fe y esperanza no ha contradicho la experiencia de aquellos de sus lectores que no comparten ni su esperanza ni su fe. Para tomar otro ejemplo, vemos que los admiradores agnósticos de Graham Greene no se desaniman con por su visión cristiana. Chesterton ha dicho que siempre que algo extraordinario sucede en el cristianismo, en última instancia algo extraordinario le corresponde en realidad. Si consideramos este pensamiento, descubriremos, quizá, la razón del misterioso acuerdo entre las obras de inspiración católica, como las de mi amigo Graham Greene, y el vasto público descristianizado que devora sus libros y ama sus películas.
¡Sí, un vasto y descristianizado público! Según André Malraux «la revolución juega hoy el papel que antes le pertenecía a la vida eterna.» Pero ¿y si el mito fuera, precisamente, la revolución? ¿Y si la vida eterna fuera la única realidad?
Cualquiera que sea la respuesta, estaremos de acuerdo en un punto: que la humanidad descristianizada sigue siendo una humanidad crucificada. ¿Qué poder mundano destruirá la correlación de la cruz con el sufrimiento humano? Incluso su Strindberg, quien descendió en las profundidades extremas del abismo en el cual el salmista lanzó su grito, incluso Strindberg mismo deseo que una sola palabra sea grabada en su tumba , la palabra que bastaría por sí misma para sacudir y forzar las puertas de la eternidad: «o crux ave spes unica»2. Después de tantos sufrimientos, incluso él descansa en la protección de esa esperanza, en la sombra de ese amor. Y es en su nombre que su laureado les pide que perdonen todas esta palabras tan personales que quizá han golpeado en una nota demasiado grave. ¿Pero, podría hacerlo mejor a cambio de los honores con que lo han abrumado tanto que abrieron su corazón y su alma? Y porque él les ha dicho a través de sus personajes el secreto de su tormento, también debe presentarse esta noche el secreto de su paz.
1.La Piel de Zapa, novela escrita por Honoré de Balzac en 1831.
2. Saludo a la Cruz, nuestra única esperanza.
3. Traducción del ingles tomado de: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1952/mauriac-speech.html
domingo, 14 de mayo de 2017
¿Qué deseos son políticamente importantes? Bertrand Russell
Lectura de aceptación al premio nobel de literatura en 1950 por Bertrand Russell
He elegido este tema para mi lectura de esta noche porque pienso que las más actuales discusiones en política y teoría política no toman suficientemente en cuenta la psicología. Hechos económicos, estadísticas demográficas, organización constitucional, etc., se exponen minuciosamente. No hay dificultad en saber cuántos surcoreanos o qué tantos norcoreanos habían cuando empezó la guerra de Corea. Si miran en los libros correctos, serán capaces de determinar cuál era su ingreso promedio por cabeza, y cuál era el tamaño de sus respectivos ejércitos. Pero si quieren conocer qué clase de persona es un coreano, y si hay alguna diferencia notable entre un norcoreano y un surcoreano; si desean saber qué quieren respectivamente de la vida, cuáles son sus descontentos, cuáles son sus esperanzas y sus miedos; en una palabra, qué es lo que, como dicen, «makes them tick»1, entonces buscarán a través de los libros referenciados, en vano. Y por lo tanto no podrán diferenciar si los surcoreanos son entusiastas sobre la ONU, o si prefieren la unión con sus primos en el norte. Ni tampoco pueden adivinar si ellos están dispuestos a renunciar a la reforma agraria por el privilegio de votar por algunos políticos de los cuales nunca han escuchado. Es la negligencia de tales preguntas hechas por los hombres eminentes que se sientan en las capitales remotas, las que frecuentemente causan decepción. Si la política se vuelve científica, y el acontecimiento no sorprende constantemente, es imperativo que nuestro pensamiento político deba penetrar más profundamente en los resortes de la acción humana. ¿Cuál es la influencia del hambre sobre los slogans? ¿cómo su eficacia fluctúa con el número de calorías en tu dieta? Si un hombre te ofrece democracia y otro te ofrece una bolsa de granos ¿en qué etapa de inanición estás si prefieres el grano al voto? Tales preguntas son demasiado poco consideradas. Sin embargo, por el momento, vamos a olvidar a los coreanos y considerar la raza humana.
Toda actividad humana es impulsada por el deseo. Hay una teoría avanzada completamente falaz propuesta por algunos moralistas fervientes en el sentido que es posible resistir al deseo en función del deber y el principio moral. Digo que esto es falaz, no porque ningún hombre actúe nunca desde un sentido del deber, sino porque el deber no tiene ninguna influencia sobre él a menos que desee ser obediente. Si desean saber qué harán los hombres, deben conocer no solo, o principalmente, sus circunstancias materiales, sino más bien todo el sistema de sus deseos con sus fuerzas relativas.
Hay algunos deseos que, aunque muy poderosos, no tienen como regla general, alguna importancia política relevante. La mayoría de los hombres en algún periodo de sus vidas desean casarse, pero por regla, ellos no pueden satisfacer este deseo sin tener que tomar alguna acción política. Hay, por supuesto, excepciones; la violación de las mujeres sabinas es un buen ejemplo. Y el desarrollo del norte de Australia está seriamente impedido por el hecho de que los jóvenes vigorosos quienes deben hacer el trabajo no les gusta estar totalmente privado de la sociedad femenina. Pero tales casos son inusuales, y, en general, el interés mutuo que comparten hombres y mujeres tienen poca influencia sobre la política.
Los deseos que son políticamente importantes pueden estar divididos en un grupo primario o un grupo secundario. En el grupo primario vienen las necesidades vitales: comida, protección y ropa. Cuando estas cosas se vuelven muy escasas, no hay límite para los esfuerzos que los hombres harán, o la violencia que ellos exhibirán en la esperanza de asegurarlos. Los estudiantes de la más temprana historia dicen que, en cuatro ocasiones diferentes, la sequía en Arabia causo que la población de ese país se derramara en las regiones circundantes, con inmensos efectos políticos, culturales y religiosos. La última de esas cuatro ocasiones fue el surgimiento del Islam. La expansión gradual de las tribus germánicas desde el sur de Rusia a Inglaterra, y desde allí a San Francisco, tuvo motivos similares. Sin duda alguna el deseo por la comida ha sido, y sigue siendo, una de las causas principales de los grandes acontecimientos políticos.
Pero el hombre difiere de otros animales en un muy importante aspecto, y ese es que él tiene algunos deseos que son, por decirlo de alguna manera, infinitos, que no pueden estar nunca gratamente satisfechos, y que lo mantienen inquieto incluso en el paraíso. La boa constrictor, cuando ha tenido una adecuada alimentación, se va a dormir y no se despierta hasta que necesita alimentarse de nuevo. Los seres humanos, en su mayor parte, no son así. cuando los árabes, quienes han estado acostumbrados a vivir con mesura en unas cuantas fechas, adquirieron la riqueza del Imperio Romano de Oriente, y vivieron en palacios de lujo casi increíbles, ellos no se volvieron inactivos en este sentido. El hambre ya no podía ser más un motivo, pues los esclavos griegos les suministraban exquisitas viandas con el ligero asentamiento. Pero oros deseos los mantuvieron activos: cuatro en particular que podemos etiquetar como la adquisición, la rivalidad, la vanidad y el amor al poder.
Adquisición - el deseo de poseer tantos bienes como sea posible, o el título de los bienes- es un motivo que, supongo, tiene su origen en una combinación entre el miedo y el deseo por cosas necesarias. Una vez fui amigo de dos pequeñas niñas de Estonia, quienes escaparon por poco de la muerte por inanición en una hambruna. Ellas vivían en mi familia, y por supuesto tenían mucho para comer. Pero ellas gastaban todo su tiempo libre visitando granjas vecinas y robando papas que luego acumulaban. Rockefeller, quien en su infancia experimentó gran pobreza, gastó toda su vida adulta de manera similar. Del mismo modo, los jefes árabes en sus sedosos divanes bizantinos no podían olvidar el desierto y acumularon riquezas más allá de cualquier posible necesidad física. Pero cualquiera que sea el psicoanálisis sobre la adquisición, nadie puede negar que es uno de los grandes motivos, especialmente entre los más poderosos, porque, como dije antes, es uno de los infinitos motivos. Por mucho que puedas adquirir, siempre vas a desear adquirir más; la saciedad es un sueño que siempre escapa de ti.
Pero la adquisición, aunque es el motor principal del sistema capitalista, no es de ninguna manera el más poderoso de los motivos que sobreviven a la conquista del hambre. La rivalidad es un motivo mucho más fuerte. Una y otra vez en la historia de los musulmanes, las dinastías han llegado a la pena a causa de hijos de un sultán cuyas diferentes madres no pudieron ponerse de acuerdo y en la consiguiente guerra civil universal resultó la ruina. La misma clase de cosas suceden en la Europa moderna. Cuando el gobierno británico, muy insensatamente, permitió al Kaiser estar presente en una revisión naval en Spithead, el pensamiento que surgió en su mente no fue el que nosotros habíamos querido. Lo que él pensaba era «debo tener una armada tan buena con la de mi abuela». Y a partir de este pensamiento han salido todos los subsecuentes problemas. El mundo sería un lugar más feliz si la adquisición fuera siempre tan fuerte como la rivalidad. Pero de hecho, un gran número de hombres se enfrentarán con alegría al empobrecimiento si pueden así asegurar la completa ruina de su rival. De ahí el nivel actual de tributación.
La vanidad es un motivo de inmensa potencia. Cualquiera que tenga mucho que ver con niños sabe cómo ellos están constantemente actuando alguna broma, y diciendo «mírenme». Ese «mírenme» es uno de los deseos más fundamentales del corazón humano. Puede tomar innumerables formas, desde la bufoneria hasta la búsqueda de la fama póstuma. Había un príncipe italiano del renacimiento a quien el sacerdote le preguntó si en su lecho de muerte tendría algo de lo cual arrepentirse. «Sí» dijo él. «Hay una cosa. En una ocasión tuve la visita del Emperador y del Papa al mismo mismo tiempo. Los tomé a ambos a la cima de mi torre para apreciar la vista, y descuide la oportunidad de arrojarlos a ambos, lo que me habría dado una fama inmortal». La historia no nos cuenta si el sacerdote le dio su absolución. Uno de los problemas de la vanidad es que crece cuando se le alimenta. Cuanto más se hable de ti, más desearás que hablen de ti. El asesino condenado a quién se le permite ver el relato de su juicio en la prensa se indigna si él encuentra en el periódico que han reportado la noticia inadecuadamente. Y cuanto más se encuentra en otros periódicos, más indignado estará con aquellos cuyos reportes son escasos. Los políticos y literatos están en la misma situación. Y mientras más famosos se conviertan, será más difícil para la prensa satisfacerlos. Es apenas posible exagerar la influencia de la vanidad durante toda la gama de la vida humana, desde el niño de tres hasta el monarca que hace temblar el mundo cuando frunce el ceño. La humanidad ha cometido incluso la impiedad de atribuir deseos similares a la Deidad, a quienes ellos imaginan ávido por la alabanza continua.
Pero grande como es la influencia que hemos estado considerando, hay uno que pesa más que todos los demás. Me refiero al amor al poder. El amor al poder es cercanamente parecido a la vanidad. Pero de ninguna manera esto significa que sean la misma cosa. Lo que la vanidad necesita para su satisfacción es gloria, y es fácil tener gloria sin poder. Las personas que gozan de mayor gloria en los Estados Unidos son las estrellas de cine, pero pueden ser colocadas en su sitio por el comité de actividades no americanas, que no goza de ninguna gloria. En Inglaterra, el Rey tiene más gloria que el primer ministro, pero el primer ministro tiene más poder que el Rey. Mucha gente prefiere la gloria al poder, pero en general, estas personas producen menos efectos sobre el transcurso de los acontecimientos que aquellas personas que prefieren el poder sobre la gloria. Cuando Blücher, en 1814, vio los palacios de Napoleón, él dijo, «Acaso no fue un tonto al tener todo esto y aún así ir corriendo por Moscú». Napoleón, quien ciertamente no estaba desprovisto de vanidad, prefería el poder cuando tenía que elegir. Para Blücher, esta elección parecía estúpida. El poder, de la misma manera que la vanidad, es insaciable. Nada menos que la omnipotencia puede satisfacerlo completamente. Y como es, especialmente, el vicio de los hombres enérgicos, la eficacia causal del amor al poder está por fuera de toda proporción por su frecuencia, Esto es, de hecho, por mucho, el más fuerte motivo en las vidas de los hombres importantes.
El amor al poder se incrementa mucho al experimentar el poder, y esto se aplica al poder mestizo como al de los potentados. In los días felices antes de 1914 cuando las señoras bien podían adquirir un montón de sirvientes, su placer en ejercer poder sobre los empleados domésticos aumentó constantemente con la edad. De la misma manera, en cualquier régimen autocrático, quienes tienen el poder se vuelven más tiránicos con la experiencia de los placeres que el poder pude permitirse. Dado que el poder sobre los seres humanos se manifiesta haciendo que hagan lo que preferirían no hacer, el hombre que actúa por amor al poder es más propenso a infligir dolor que a permitir placer. Si le piden a su jefe una licencia de la oficina en alguna ocasión legítima, su amor al poder obtendrá más satisfacción al negarla que al permitirla. Si ustedes requieren un permiso de construcción, el funcionario de menor importancia tendrá más placer al decir «No» que al decir «Sí». Es por este tipo de cosas que hacen que el amor al poder tan peligroso motivo.
Pero tiene otros lados que son más deseables. La búsqueda de conocimiento es, producida principalmente por el amor al poder. Y así son todos los avances en la técnica científica. En política, también un reformador puede tener el mismo amor al poder que el déspota. Sería un completo error desacreditar el amor al poder como únicamente un motivo. Si usted va a ser conducido por este motivo a acciones que son útiles, o a acciones que son perniciosas, depende del sistema social y de sus capacidades. Si sus capacidades son teoréticas o técnicas, entonces contribuirán al conocimiento o a la técnica, y, como regla general, su actividad será útil. Si ustedes son unos políticos tal vez actúen por amor al poder, pero por regla este motivo se unirá al deseo para ver algún estado de fantasías realizadas que, por alguna razón, prefieren el status quo. Un gran general, como Alcibiades, puede ser muy indiferente en relación al lado por el cual pelea, pero la mayoría de los generales prefieren luchar por su propio país, y tener, por lo tanto, otros motivos además del amor al poder. El político puede cambiar de lado tan frecuentemente para encontrarse siempre a sí mismo en la mayoría. pero la mayoría de los políticos tienen preferencia por un partido que por otro, y subordina su amor al poder por esta preferencia. El amor al poder más puro como es posible se ve en diferentes tipos de hombre. Un tipo es el soldado de la fortuna, de quien Napoleón es el ejemplo supremo. Pienso que Napoleón no tenía preferencia ideológica por Francia sobre Córcega, pero si se hubiera convertido en emperador de Córcega no habría sido un hombre tan grande como él se hizo al pretender ser un Francés. Tales hombres, sin embargo, no son muy puros ejemplos, ya que también obtienen inmensa satisfacción de la vanidad. El tipo más puro es el de la eminence grise, el poder detrás del trono que nunca aparece en público, y se limita a abrazarse con el pensamiento secreto: «Cuán poco saben esas marionetas sobre quién está controlando los hilos.» El Barón Holstein, quien controló la política exterior del Imperio Alemán desde 1890 a 1906, ilustra este tipo de perfección. Él vivía en un barrio bajo; nunca apareció en sociedad; evitaba encontrarse con el Emperador, excepto en una única ocasión cuando no pudo resistirse a lo inoportuno del Emperador; rechazó todas las invitaciones a las Funciones de la Corte alegando que él no poseyó ningún vestido del tribunal. Él había adquirido secretos que le permitían chantajear al Canciller y a muchos de los íntimos del Kaiser. Él usaba el poder del chantaje, no para adquirir riqueza, o fama, o alguna otra ventaja obvia, sino simplemente para adoptar la política extranjera que él quería. En el Este, no eran raros este tipo de personajes entre los Eunucos.
He llegado ahora a otros motivos que, aunque en un sentido menos fundamental que estos que hemos estado considerando, siguen siendo de considerable importancia. El primer motivo es el amor a lo emocionante. Los seres humanos muestran su superioridad sobre los brutos por su capacidad de aburrimiento, aunque yo a veces he pensado, examinando los simios en el zoológico, que ellos, tal vez, tengan los rudimentos de esta tediosa emoción. Sin embargo esto puede ser, la experiencia muestra que esa huida del aburrimiento es realmente uno de los más poderosos deseos de casi todos los seres humanos. Cuando los hombres blancos entran en contacto por primera vez con alguna raza impoluta de salvajes, les ofrecen todo tipo de beneficios desde la luz del evangelio hasta el pastel de calabaza. A los cuales, sin embargo, por mucho que podamos lamentarlo, la mayoría de los salvajes los reciben con indiferencia. Lo que ellos realmente valoran por encima de los regalos que nosotros les llevamos es el embriagador licor que les permite, por la primera vez en sus vidas, tener la ilusión por unos cuantos breves momentos que es mejor estar vivo que estar muerto. Los Indios Rojos, mientras ellos no eran aún afectados por el hombre blanco, fumaban sus pipas, no calmados como nosotros, sino orgiásticamente, inhalando tan profundo que se hundían en su desmayo. Y cuando la excitación por la nicotina fallaba, un orador patriótico los agitaba para atacar una tribu vecina, lo que les daría todo el regocijo que nosotros (de acuerdo a nuestro temperamento) derivamos de una carrera de caballos o una elección general. El placer por apostar consiste casi completamente en excitación. Monsieur Huc describe que los comerciantes chinos, en la Gran Muralla en invierno, apostaban hasta perder todo el dinero, luego procedían a perder toda su mercancía, y en las últimas apuestas perdían su ropa hasta quedar desnudos y luego morir de frío. Con los hombres civilizados, como con las primitivas tribus de los Indios Rojos, pienso que es principalmente el amor a lo emocionante lo que hace aplaudir al pueblo cuando estalla la guerra; la emoción es exactamente la misma que en un encuentro de fútbol, aunque los resultados son aveces más serios.
No es totalmente fácil decidir cuál es la raíz del amor a lo emocionante. Me inclino a pensar que nuestro maquillaje mental se adapta a la etapa en que los hombres vivían de la caza. Cuando un hombre gasta un largo día con armas muy primitivas en acechar a un ciervo con la esperanza de cenar, y cuando al final del día arrastra triunfalmente el cadáver a su cueva, se hunde en contenta fatiga, mientras su esposa se viste y cocina la carne. Él estaba somnoliento, con sus huesos adoloridos, y el olor de lo cocinado llenaba cada rincón y grieta de su consciencia. Al final, después de comer, se hunde en un profundo sueño. En tal vida no había ni tiempo ni energía para el aburrimiento. Pero cuando tomó la agricultura, e hizo que su esposa hiciera todo el trabajo duro en los campos, él tuvo tiempo para reflexionar sobre la vanidad de la vida humana, para inventar mitologías, sistemas filosóficos y soñar sobre la vida futura en la que podría cazar jabalíes eternamente en el Valhalla. Nuestro maquillaje mental se adapta a una vida de severa labor física. Solía, cuando era más joven, tomar mis días festivos para caminar. Cubría 25 millas por día, y cuando el anochecer llegaba no tenía necesidad alguna por mantenerme alejado del aburrimiento , puesto que el placer de sentarme era claramente suficiente. Pero la vida moderna no puede conducirse sobre estos principios físicamente agotadores. Una gran parte del trabajo es sedentario, y la mayor parte de los trabajos manuales ejercitan unos pocos músculos especializados. Cuando las multitudes se reúnen en Trafalgar Square para aclamar el eco de un anuncio en que el gobierno ha decidido matarlos, no lo harían si todos ellos hubieran caminado 25 millas ese día. Esta cura para la belicosidad es, sin embargo, impracticable, y si la raza humana debe sobrevivir (una cosa que es, quizás, indeseable) otros sentidos deben ser encontrados para asegurar una salida inocente para la inutilizada energía física que produce el amor a lo emocionante. Este es un asunto que que ha sido demasiado poco considerado, tanto por los moralistas como por los reformadores sociales. Los reformadores sociales son de la opinión que ellos tienen cosas más series por considerar. Los moralistas, por otra parte, están inmensamente impresionados con la seriedad de todas las salidas permitidas del amor lo emocionante; La seriedad, sin embargo, en sus mentes, es de ese pecado. Salones de baile, cinemas, esta época del jazz, son todas, si podemos creer a nuestros oídos, puertas de entrada al infierno, y deberíamos estar mejor sentados en casa empleando nuestro tiempo contemplando nuestros pecados. Me encuentro a mi mismo incapaz de estar completamente de acuerdo con los hombres graves que pronuncian estas advertencias. El diablo tiene muchas formas, algunas diseñadas para engañar a los jóvenes, y algunas diseñadas para engañar a los viejos y serios. Si es el Diablo quien tienta a los jóvenes a divertirse ¿no es, quizá, el mismo personaje que persuade a los viejos a condenar su regocijo? ¿y no es la condenación, quizá, simplemente una forma de excitación apropiada para la vejez? ¿y no es, quizás, una droga que, como el opio, tiene que ser tomada en continuas y fuertes dosis para producir el efecto deseado? ¿No es de temer que, a partir de la perversidad del cine, seamos conducidos paso a paso a condenar el partido político opuesto, latinos, italo-americanos, asiáticos, y, en pocas palabras, cualquiera exceptuando los pocos miembros de nuestro club? Y es justamente de esas condenas, cuando están extendidas, que la guerra procede. Nunca he escuchado una guerra proveniente de los salones de baile.
El asunto serio acerca de la excitación es que muchas de sus formas son destructivas. Es destructivo en aquellos quienes no pueden resistirse al exceso de alcohol o de juego. Es destructivo cuando toma la forma de violencia colectiva. Y sobre todo, es destructiva cuando conduce a la guerra. Es una necesidad tan profunda que encontrará salidas dañinas de este tipo, amenos que hayan salidas inocentes a la mano. Hay salidas tan inocentes que se presentan en los deportes, y en política siempre y cuando se mantenga dentro de límites constitucionales. Pero estos no son suficientes, especialmente porque el tipo de política que es más excitante es también el tipo de política que causa más daño. La vida civilizada ha madurado demasiado domesticada y, si ha de ser estable, debe proveer salidas no dañinas para los impulsos que nuestros remotos ancestros satisfacían cazando. En Australia, donde la gente es poca y los conejos son muchos, vi a toda una población satisfaciendo el impulso primitivo a la primitiva manera por la hábil matanza de muchos miles de conejos. Pero en Londres o en Nueva York deben ser encontrados otros medios para satisfacer el primitivo impulso. Pienso que cada gran ciudad debería contener cascadas artificiales para que la gente pueda descender en canoas, que
puedan tener piscinas de baño llenas de tiburones mecánicos. Cualquier persona que busque defender una guerra preventiva debería enfrentarse a estos peligros dos horas al día con estos ingeniosos monstruos. Más seriamente, los dolores deben usarse para proveer salidas constructivas para el amor a lo emocionante. Nada en el mundo es más emocionante que el momento de repentino descubrimiento o invención, y muchas más personas son capaces de experimentar tales momentos de lo que a veces se piensa.
Entrelazado con muchos otros motivos políticos hay dos pasiones estrechamente relacionadas a las cuales los seres humanos son, lamentablemente, propensos: me refiero al odio y al miedo. Es normal odiar lo que tememos, y pasa frecuentemente, aunque no siempre, que tememos lo que odiamos. Pienso que esto puede ser tomado por regla sobre los primeros hombres, que ambos temen y odian lo que les resulta poco familiar. Ellos tienen su propia manada, originalmente una muy pequeña. Y dentro de una manada todos son amigos, a menos que exista alguna razón especial de enemistad. Otras manadas son potenciales o actuales enemigos; Un solo miembro que se aparte accidentalmente de su manada será asesinado. Una manada extranjera, como un todo, será evitada o combatida según las circunstancias. Es este mecanismo primitivo el que aún controla nuestra reacción instintiva a las naciones extranjeras. La persona que nunca ha viajado verá a todos los extranjeros como el salvaje considera un miembro de otra manada. Pero el hombre que ha viajado, o quién ha estudiado política internacional, habrá descubierto que, si su manada espera ser próspera, debe, en algún grado, convertirse en una amalgama con otras manadas. Si eres inglés y alguien te dice «los franceses son tus hermanos», tu primer sentimiento instintivo será «Tonterías, ellos encogen sus hombros y hablan francés. Y me han dicho que hasta comen ranas». Si te explica que podemos tener una pelea contra los rusos, que, si es así, será deseable defender la linea del Rin, y que si se quiere proteger la linea del Rin , la ayuda de los franceses es esencial, tú empezarás a ver lo que él quiso decir cuando te dijo que los franceses son tus hermanos. Pero si algún compañero de viaje quisiera decir que los rusos son también tus hermanos, no será capaz de persuadirte, a menos que él pueda mostrar que estamos en peligro a causa de los marcianos. Nosotros amamos aquellos a quienes odian nuestros enemigos, y si no tenemos enemigos, habrá muy poca gente a la que amemos.
Todo esto, sin embargo, solo es verdad mientras nos ocupemos únicamente de las actitudes hacia otros seres humanos. Puedes considerar el suelo como tu enemigo porque proporciona, y a regañadientes, una subsistencia mezquina. Puedes considerar a la Madre Naturaleza en general como tu enemigo y considerar la vida humana como una lucha para obtener lo mejor de la Madre Naturaleza. Si los hombres veían la vida de esta manera, la cooperación de toda la raza humana se volvería más fácil. Y los hombres podrían fácilmente ser enseñados a ver la vida de esta manera si las escuelas, los periódicos y los políticos se dedicaran a este fin. Pero las escuelas están dispuestas a enseñar patriotismo; los periódicos están para incrementar la excitación; y los políticos están para ser reelegidos. Ninguno de los tres, por lo tanto, puede hacer algo para salvar la raza humana del suicidio recíproco.
Hay dos maneras de lidiar con el miedo: una es disminuir con el peligro externo y la otra es cultivar la resistencia estoica. Esto último puede reforzarse, excepto cuando una acción inmediata es necesaria, apartando nuestros pensamientos lejos de la causa del miedo. La conquista del miedo es de gran importancia. El miedo es en sí mismo degradante; fácilmente se convierte en obsesión; genera el odio hacia aquello que es temido, y conlleva precipitadamente a excesos de crueldad. Nada tiene un efecto tan benéfico sobre los seres humanos como la felicidad. Si un sistema internacional pudiera establecer que se remueva el miedo a la guerra, la mejora de la mentalidad cotidiana de la gente del común sería enorme y muy veloz. El miedo, en la actualidad, eclipsa el mundo. La bomba atómica y la bomba bacteriana, empuñada por el perverso comunista o el perverso capitalista, según sea el caso, hacen temblar a Washington y al Kremlin, e impulsan a los hombres más allá del camino que lleva al abismo. Si los asuntos han de mejorar, el primer y esencial paso es encontrar un camino de disminuir el miedo, el mundo en la actualidad está obsesionado con el conflicto de ideologías rivales, y una de las causas aparentes del conflicto es el deseo por la victoria de nuestra propia ideología y la derrota de la enemiga. No pienso que el motivo fundamental tenga que ver con ideologías. Pienso que las ideologías son simplemente una manera de agrupar gente, y las pasiones que se involucran son simplemente aquellas que siempre surgen entre grupos rivales. Existen, por supuesto, varias razones para odiar a los comunistas. En primer lugar, creemos que desean quitarnos nuestra propiedad. Pero también lo hacen los ladrones, y aunque desaprobemos a los ladrones nuestra actitud hacia ellos es muy diferente , de hecho, a nuestra actitud hacia los comunistas, principalmente porque no inspiran el mismo grado de temor. En segundo lugar, odiamos a los comunistas porque ellos son irreligiosos. Pero los chinos han sido irreligiosos desde el siglo once, y solo empezamos a odiarlos cuando ellos abandonaron a Chiang Kai-shek. En tercer lugar, odiamos a los comunistas porque no creen en la democracia, pero no consideramos que esta sea razón para odiar a Franco. En cuarto lugar, los odiamos porque ellos no permiten la libertad; esto nos hace se sentir tan fuertemente que hemos decidido imitarlos. Es obvio que ninguna de ellas es la causa real de nuestro odio. Nosotros los odiamos porque les tememos y nos amenazan. Si los rusos seguían adheridos a la religión griega ortodoxa, si habían instituido el gobierno parlamentario , y si ellos tenían una prensa completamente libre que nos vituperaba diariamente, entonces (a condición de que ellos aún tuvieran fuerzas armadas tan poderosas como tienen ahora) deberíamos seguir odiándolos si nos dieron el terreno para pensar que eran hostiles. Hay, por supuesto, el odium theologicum, y puede ser causa de enemistad. Pero pienso que este es un vástago del sentimiento de la manada: el hombre que tiene una teología diferente se siente extraño; y cualquier cosa que sea extraña debe ser peligrosa. Las ideologías, de hecho, son uno de los métodos por los cuales las manadas son creadas, y la psicología es la misma, sin embargo la manada pudo haber sido generada.
Puede que hayan estado sintiendo que solo permití motivos malos, o, a lo mejor, éticamente neutrales. Me temo que son, como regla general, más poderosos que los motivos más altruistas, pero no niego que existan esos motivos altruistas, y que tal vez, pueden ser efectivos en ocasiones. La agitación contra la esclavitud en Inglaterra a principios del siglo XIX era, indudablemente, altruista y fue minuciosamente efectiva. Su altruismo fue demostrado por el hecho de que en 1833 los contribuyentes británicos pagaron muchos millones en compensación a los propietarios jamaiquinos por la liberación de sus esclavos, y también por el hecho de que en el Congreso de Viena el gobierno británico estaba preparado para hacer importantes concesiones con vistas a inducir a otras naciones al abandono del intercambio de esclavos. Esta es una instancia del pasado, pero la América actual ha ofrecido ejemplos igualmente notables. Sin embargo, no voy a entrar en esto, ya que no quiero embarcarme en controversias actuales.
No creo que pueda cuestionarse que la simpatía es un motivo genuino, y que algunas personas en algunas ocasiones se sienten algo incómodas por los sufrimientos de otras personas. Es la simpatía lo que ha producido que los muchos avances comunitarios de los últimos cien años. Quedamos sorprendidos cuando escuchamos las historias de malos tratos a los lunáticos, y hay, ahora, un buen número de asilos en lo que no son maltratados. No se supone que los prisioneros en los países occidentales sean torturados, y cuando lo son, hay una indignación si los hechos son descubiertos. Nosotros no aprobamos el tratamiento de los huérfanos de la misma manera que son tratados en Oliver Twist. Los países protestantes desaprueban la crueldad contra los animales. En todos estos sentidos la simpatía ha sido políticamente efectiva. Si el miedo a la guerra fuera removido, su eficacia sería mucho más grande. Tal vez la mejor esperanza por el futuro de la humanidad es que se encontrarán maneras de incrementar el alcance y la intensidad de la simpatía.
Ha llegado el momento de resumir nuestra discusión. La política trata más sobre las manadas que sobre los individuos, y las pasiones que son importantes en política son, por lo tanto, aquellas en que varios miembros de una horda dada pueden sentirse de la misma manera. El amplio mecanismo instintivo sobre el cual se construyen edificios políticos es aquel que se construye a partir de la cooperación con la propia manada y la hostilidad contra las otras. La cooperación con la manada nunca es perfecta. Hay miembros que no se conforman, que son, en el sentido etimológico «egregios», es decir, fuera de la manada. Estos miembros son quienes han caído hasta abajo, o subido por encima, del nivel ordinario. Ellos son: idiotas, criminales, profetas y descubridores. Una manada sabia aprende a tolerar la excentricidad de aquellos que se alzan por encima de la media y a tratar con un mínimo de ferocidad a aquellos que caen por debajo de ella.
En cuanto a la relación con otros rebaños la técnica moderna ha producido un conflicto entre el interés propio y el instinto. En días antiguos, cuando dos tribus iban a la guerra, una de ellas exterminaba a la otra y anexaba su territorio. Desde el punto de vista del vencedor, toda la operación fue completamente satisfactoria. El asesinato no era para nada caro, y la emoción era agradable. No es de extrañar que, en tales circunstancias, la guerra persista. Desafortunadamente, seguimos teniendo las emociones apropiadas para tal guerra primitiva, mientras las actuales operaciones de guerra han cambiado completamente. Matar a un enemigo en una guerra moderna es una operación muy costosa. Si consideran cuántos alemanes fueron asesinados en la última guerra y cuanto están pagando los victoriosos en impuestos, ustedes pueden, por suma y luego en una larga división, descubrir el costo de un alemán muerto y lo encontrará considerable. En oriente, es cierto, los enemigos de los alemanes han asegurado las antiguas ventajas de expulsar la población derrotada y ocupar sus tierras. Sin embargo, los vencedores occidentales, no han tenido tales ventajas. Es obvio que la guerra moderna no es buen negocio desde el punto de vista financiero. Aunque ganamos las dos guerras mundiales, deberíamos ser mucho más ricos si no hubieran ocurrido. Si los hombres actuaran por interés propio (exceptuando algunos pocos santos), toda la raza humana cooperaría. No habría más guerras, no más ejércitos, no más marina, no más bombas atómicas. No existirían ejércitos de propagandistas trabajando para envenenar las mentes de una nación A contra una nación B, y recíprocamente de una nación B a una nación A. No abrían ejércitos de funcionarios en las fronteras para prevenir la entrada de libros e ideas extranjeras, por excelentes que fueran. No existirían barreras aduaneras para garantizar la existencia de muchas pequeñas empresas en las que una gran empresa sería más económica. Todo esto podría ocurrir muy rápido si los hombres desearan su propia felicidad de manera tan fervorosa como desean la miseria de sus vecinos. Pero ustedes me dirán ¿cuál es el uso de estos sueños utópicos? Los moralistas se encargarán de que no nos convirtamos en completos egoístas, y aunque nosotros lo hagamos, el milenio será imposible.
No deseo terminar con una nota de cinismo. No niego que hay cosas mejores que el egoísmo, y que algunas personas logran estas cosas. Sostengo, sin embargo, en una mano, que hay pocas ocasiones en que los grandes cuerpos de los hombres, como le concierne a la política, puedan superar el egoísmo, mientras, en la otra mano, hay una gran cantidad de circunstancias en las que las poblaciones caerán por debajo del egoísmo, si el interés es interpretado como interés ilustrado por sí mismo.
Y entre aquellas ocasiones en las que las personas caen por debajo del interés personal, son más las ocasiones en que ellos están convencidos de que están actuando por motivos idealistas. Mucho de lo que pasa como idealismo está disfrazado de odio o de amor al poder. Cuando ustedes ven grandes masas de hombres que se inclinan por lo que aparentan ser motivos nobles, es como mirar, también, por debajo de la superficie y preguntarse a sí mismo qué es lo que hace que esos motivos sean efectivos. Esto sucede, en parte, porque es tan fácil ser tomado como una fachada de nobleza que como una investigación psicológica, tal y como he estado intentando, vale la pena hacer. Yo diría, en conclusión, que si lo que he dicho es correcto, lo principal para hacer al mundo feliz es inteligencia , y esto, después de todo, es una conclusión optimista porque la inteligencia puede ser fomentada a través de métodos ya conocidos de educación. 2
1. Los hace funcionar. Los motiva.
2. Traducción propia. Original tomado de: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1950/russell-lecture.html
viernes, 28 de abril de 2017
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1949 por William Faulkner
Damas y caballeros,
Siento que este premio no fue hecho para mi como hombre, sino para mi trabajo. El trabajo de una vida sucedida en la agonía y el sudor del espíritu humano, no por la gloria y aún menos para los beneficios, sino para crear, a partir de de los materiales del espíritu humano, algo que antes no existía. Así, este premio solo es mio en fideicomiso. No será difícil encontrar un destino para el dinero que corresponda con el propósito y la importancia de su origen. Pero me gustaría hacer lo mismo también con la aclamación presente, utilizando este momento como pináculo desde el cual puedo ser escuchado por los hombres y mujeres jóvenes dedicados a las mismas angustias y dolores, entre quienes puede estar aquel que algún día se paré acá donde yo estoy parado.
Nuestra tragedia de hoy es un general y universal miedo físico por tanto tiempo sostenido que ahora apenas podemos soportar. Ahora ya no existen más problemas del espíritu. Solo hay una pregunta ¿cuándo voy a desaparecer? A causa de esto, los jóvenes escritores de hoy, sean hombres o mujeres, han olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo , problemas que por sí mismos producen la buena escritura porque únicamente sobre ellos vale la pena escribir. La agonía y el sudor valen la pena.
El escritor debe aprender estos problemas de nuevo. Él debe enseñarse a sí mismo que la más básica de todas las cosas es sentir temor, y habiéndose enseñado esto olvidarlo para siempre, sin dejar espacio en su taller para nada más que las antiguas verdades y certezas del corazón. Faltan las viejas verdades universales en las cuales cualquier historia es efímera y condenada; amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio. Hasta que él hace eso, él trabaja bajo una maldición. Él no escribe de amor sino de lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no se sufrirán en osamentas universales, sin dejar cicatrices. No escribe del corazón sino de glándulas.
Hasta que vuelva a aprender estas cosas, él escribirá como si estuviera entre la multitud y y observará el fin del hombre. Me niego a aceptar el fin del hombre. Es suficientemente fácil decir que el hombre es inmortal simplemente porque ha de durar: que cuando el último llamado de la condenación haya sonado y su eco se haya desvanecido entre las últimas rocas inservibles que deja la marea en el último rojo y moribundo atardecer, e incluso en ese entonces existirá toda vía un sonido más: el de su endeble e inagotable voz, aún hablando.
Me rehúso a aceptar esto, creo que el hombre no solo lo soportará, él prevalecerá. Él es inmortal, no solo a causa de que tenga una voz inagotable entre las criaturas, sino a causa de que tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. El deber del poeta, el escritor, es escribir sobre esas cosas. Es su privilegio ayudar al hombre a resistir elevando su corazón, recordándole su coraje y honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La voz del poeta no necesita únicamente ser el registro del hombre, puede ser uno de los apoyos, los pilares para ayudarlo a resistir y prevalecer.1
1. Traducción del original, tomado de:http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1949/faulkner-speech.html
Siento que este premio no fue hecho para mi como hombre, sino para mi trabajo. El trabajo de una vida sucedida en la agonía y el sudor del espíritu humano, no por la gloria y aún menos para los beneficios, sino para crear, a partir de de los materiales del espíritu humano, algo que antes no existía. Así, este premio solo es mio en fideicomiso. No será difícil encontrar un destino para el dinero que corresponda con el propósito y la importancia de su origen. Pero me gustaría hacer lo mismo también con la aclamación presente, utilizando este momento como pináculo desde el cual puedo ser escuchado por los hombres y mujeres jóvenes dedicados a las mismas angustias y dolores, entre quienes puede estar aquel que algún día se paré acá donde yo estoy parado.
Nuestra tragedia de hoy es un general y universal miedo físico por tanto tiempo sostenido que ahora apenas podemos soportar. Ahora ya no existen más problemas del espíritu. Solo hay una pregunta ¿cuándo voy a desaparecer? A causa de esto, los jóvenes escritores de hoy, sean hombres o mujeres, han olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo , problemas que por sí mismos producen la buena escritura porque únicamente sobre ellos vale la pena escribir. La agonía y el sudor valen la pena.
El escritor debe aprender estos problemas de nuevo. Él debe enseñarse a sí mismo que la más básica de todas las cosas es sentir temor, y habiéndose enseñado esto olvidarlo para siempre, sin dejar espacio en su taller para nada más que las antiguas verdades y certezas del corazón. Faltan las viejas verdades universales en las cuales cualquier historia es efímera y condenada; amor y honor, piedad y orgullo, compasión y sacrificio. Hasta que él hace eso, él trabaja bajo una maldición. Él no escribe de amor sino de lujuria, de derrotas en las que nadie pierde nada de valor, de victorias sin esperanzas y, lo peor de todo, sin piedad ni compasión. Sus penas no se sufrirán en osamentas universales, sin dejar cicatrices. No escribe del corazón sino de glándulas.
Hasta que vuelva a aprender estas cosas, él escribirá como si estuviera entre la multitud y y observará el fin del hombre. Me niego a aceptar el fin del hombre. Es suficientemente fácil decir que el hombre es inmortal simplemente porque ha de durar: que cuando el último llamado de la condenación haya sonado y su eco se haya desvanecido entre las últimas rocas inservibles que deja la marea en el último rojo y moribundo atardecer, e incluso en ese entonces existirá toda vía un sonido más: el de su endeble e inagotable voz, aún hablando.
Me rehúso a aceptar esto, creo que el hombre no solo lo soportará, él prevalecerá. Él es inmortal, no solo a causa de que tenga una voz inagotable entre las criaturas, sino a causa de que tiene un alma, un espíritu capaz de compasión, sacrificio y resistencia. El deber del poeta, el escritor, es escribir sobre esas cosas. Es su privilegio ayudar al hombre a resistir elevando su corazón, recordándole su coraje y honor, la esperanza y el orgullo, la compasión, la piedad y el sacrificio que han sido la gloria de su pasado. La voz del poeta no necesita únicamente ser el registro del hombre, puede ser uno de los apoyos, los pilares para ayudarlo a resistir y prevalecer.1
1. Traducción del original, tomado de:http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1949/faulkner-speech.html
jueves, 27 de abril de 2017
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1946 por Hermann Hesse
Texto leído por Henry Valloton.
Lamentamos profundamente que esa enfermedad mantenga a Hermann Hesse en Suiza. Pero sus pensamientos están con nosotros, y su gratitud habla a través de este mensaje que me pidió que les leyera: "Al enviar un cordial y respetuoso saludo a su festiva reunión, quisiera expresar a todos mis lamentos al no poder estar como su invitado en persona, para saludarlos y agradecerles. Mi salud siempre ha sido delicada, y he quedado inválido permanentemente a causa de las aflicciones de los años, desde 1933, las cuales han destruido el trabajo de mi vida y una y otra vez me agobian con pesados deberes. Pero mi mente no se ha roto, y me siento semejante a ustedes con la idea que inspiró a la Fundación Nobel, la idea de que la mente es internacional y supranacional, que no debe servir a la guerra ni a la aniquilación, sino a la paz y a la reconciliación.
Mi ideal, sin embargo, no es difuminar las características nacionales, lo cual conduciría a una humanidad intelectualmente uniforme. Por el contrario, ojalá la diversidad en todas sus formas y colores pueda vivir en esta querida Tierra con nosotros por mucho tiempo. ¡Qué cosa maravillosa es la existencia de muchas razas, muchos pueblos, muchas lenguas y muchas variedades de actitudes y perspectivas! Si yo siento odio e irreconciliable enemistad hacia las guerras, conquistas y anexiones, lo hago por muchas razones, pero también porque tantos crecimientos orgánicos, altamente individualizados y logros ricamente diferenciados de la civilización humana han caído víctimas de esos poderes oscuros. Yo odio los grandes simplificadores, y amo el sentido de la calidad, el de la inimitable artesanía y singularidad. Por consiguiente, como su agradecido invitado y colega, yo extiendo mis saludos a Suecia su país, a su lenguaje y su civilización, a su rica y orgullosa historia y su perseverancia al mantener y dar forma a su naturaleza individual. Nunca he estado en Suecia, pero por décadas muchas buenas y amables cosas me han llegado de su país desde el primer regalo que recibí de él, hace ya 40 años, y era un libro sueco, una copia de la primera edición de Leyendas de Cristo con una dedicatoria personal de Selma Lagerlöf. En el transcurso de los años han habido muchos intercambios valiosos con su país hasta que ahora me han sorprendido con este grandioso regalo final. Permítanme expresar mi profunda gratitud.1
1. Traducción propia del ingles tomada de: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1946/hesse-speech.html
Mi ideal, sin embargo, no es difuminar las características nacionales, lo cual conduciría a una humanidad intelectualmente uniforme. Por el contrario, ojalá la diversidad en todas sus formas y colores pueda vivir en esta querida Tierra con nosotros por mucho tiempo. ¡Qué cosa maravillosa es la existencia de muchas razas, muchos pueblos, muchas lenguas y muchas variedades de actitudes y perspectivas! Si yo siento odio e irreconciliable enemistad hacia las guerras, conquistas y anexiones, lo hago por muchas razones, pero también porque tantos crecimientos orgánicos, altamente individualizados y logros ricamente diferenciados de la civilización humana han caído víctimas de esos poderes oscuros. Yo odio los grandes simplificadores, y amo el sentido de la calidad, el de la inimitable artesanía y singularidad. Por consiguiente, como su agradecido invitado y colega, yo extiendo mis saludos a Suecia su país, a su lenguaje y su civilización, a su rica y orgullosa historia y su perseverancia al mantener y dar forma a su naturaleza individual. Nunca he estado en Suecia, pero por décadas muchas buenas y amables cosas me han llegado de su país desde el primer regalo que recibí de él, hace ya 40 años, y era un libro sueco, una copia de la primera edición de Leyendas de Cristo con una dedicatoria personal de Selma Lagerlöf. En el transcurso de los años han habido muchos intercambios valiosos con su país hasta que ahora me han sorprendido con este grandioso regalo final. Permítanme expresar mi profunda gratitud.1
1. Traducción propia del ingles tomada de: http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1946/hesse-speech.html
miércoles, 26 de abril de 2017
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1929 por Thomas Mann
Ahora mi turno para agradecerles ha llegado, y no necesito decirles cuánto he esperado por esto. Pero desgraciadamente, en este momento de la verdad, temo que esas palabras fallen mis sentimientos como a menudo sucede con los nacidos no oradores.
Todos los escritores pertenecen a la clase de los no oradores. El escritor y el orador no son solo diferentes, sino que están en oposición porque su trabajo y el logro de sus efectos proceden de diferentes maneras. En particular, el escritor convencido es instintivamente repelido, desde un punto de vista literario, por el carácter improvisado y no comprometido de todo hablar, así como por ese principio de economía que deja muchas y, en efecto, decisivas lagunas que deben ser llenadas por los efectos de la personalidad del orador. Pero mi caso se complica a causa de las dificultades temporales que virtualmente han condenado mi improvisada oratoria. Me refiero, por supuesto, a las circunstancias en que he sido puesto por ustedes, caballeros de la Academia Sueca, circunstancias de maravillosa confusión y exuberancia. En verdad, no tenía idea de los estruendosos honores que tienen para entregar. Yo tengo una naturaleza épica, no dramática. Mi disposición y mis deseos claman por paz para enredar mi hilo, claman por un ritmo constante en vida y arte. No es de extrañar que si los dramáticos fuegos artificiales se estrellaron desde el norte contra este ritmo constante, se hayan reducido mis habilidades retóricas incluso por debajo de sus usuales limitaciones. Desde que la Academia Sueca hizo pública su decisión he tenido que vivir en una festiva intoxicación, un encantador patas arriba, y no puedo ilustrar sus consecuencias en mi mente o en mi alma mejor que señalando un bonito y curioso poema de amor escrito por Goethe. Está dirigido a cupido mismo y la linea que tengo en mente va así :"Du hast mir mein Gerät verstellt und verschoben."1 Por lo tanto el Premio Nobel ha forjado una confusión dramática sobre las cosas de mi épico hogar, y seguramente no estoy siendo impertinente si comparo los efectos del Premio Nobel en mí con aquellos que la pasión ejerce en la vida humana bien ordenada.
Y sin embargo, ¡qué difícil es para un artista aceptar sin recelos tales honores como los que ahora se despliegan sobre mi! ¿Existe un artista decente y autocrítico que no tenga una consciencia inquieta sobre ellos? Solo un punto de vista suprapersonal, supraindividual ayudará en tal dilema. Siempre es mejor deshacerse del individuo, particularmente en tal caso. Goethe, orgulloso, dijo una vez "solo los bribones son modestos". Esa es la palabra de un gran señor que buscaba disociarse a sí mismo de la moral de los subalternos e hipócritas. Pero, damas y caballeros, esta difícilmente es toda la verdad. Hay sabiduría e inteligencia en la modestia, y sería un tonto idiota que, de hecho, encontraría una fuente de vanidad y arrogancia en los honores que me han concedido. Hago bien al poner este premio internacional, que por alguna posibilidad me fue dado, a los pies de mi país y de mi pueblo, ese país y ese pueblo a la que los escritores como yo se sienten más cercanos hoy que en el cenit de su estridente imperio.
Después de muchos años, el premio internacional de Estocolmo fue una vez más otorgado a la mente alemana, a la prosa alemana en particular, y les puede resultar difícil apreciar la sensibilidad con la que tales muestras de simpatía mundial son recibidas en mi herido y, a menudo, incomprendido país.
¿Puedo atreverme a interpretar el significado de esta simpatía más de cerca? Los logros intelectuales y artísticos alemanes durante los últimos cincuenta años no se han hecho bajo condiciones favorables para cuerpo y alma. Ningún trabajo tuvo la posibilidad de crecer y madurar en cómoda seguridad, pero el arte y el intelecto han tenido que existir en condiciones intensas y generalmente problemáticas, en condiciones de miseria, agitación y sufrimiento casi oriental y un caos ruso de pasiones, en el que la mente alemana ha preservado el occidental y europeo principio de la dignidad de la forma. Para el europeo la forma es un punto de honor ¿no? No soy católico, damas y caballeros; mi tradición es como la de todos ustedes; apoyo la inmediatez protestante de Dios. Sin embargo, tengo un santo favorito. Voy a decirles su nombre. Es San Sebastián, ese joven en la hoguera, quién, perforado por espadas y flechas desde todos lados, sonríe en medio de su agonía. Gracia en el sufrimiento: ese es el heroísmo simbolizado por San Sebastián. La imagen puede ser valiente, pero yo estoy tentado a reclamar este heroísmo para la mente alemana y el arte alemán, y suponer que ese honor caía sobre los logros literarios alemanes fue dado con este sublime heroísmo en mente. A través de su poesía Alemania ha mostrado la gracia en el sufrimiento. Ella ha preservado su honor, políticamente, al no ceder a la anarquía de la tristeza, pero manteniendo su unidad; espiritualmente uniendo el principio oriental del sufrimiento con el principio occidental de la forma, creando así belleza a partir del sufrimiento.
Permítanme, al final, hacerlo personal. He dicho, incluso a los primeros delegados que vinieron a mí después de la decisión, lo motivado y complacido al recibir tal honor desde el Norte, desde esa esfera escandinava a la que, como hijo de Lübeck, he tenido, desde la infancia, tantas similitudes en nuestros modos de vida, y como escritor por tanta simpatía y admiración literaria por el pensamiento y atmósfera del norte. Cuando era joven, escribí una historia que a la gente joven aún le gusta: Tonio Kröger. Esta historia es sobre el sur y el norte y su mezcla en una sola persona, una problemática y productiva mezcla. El sur es en esa historia la esencia de lo sensual, de una aventura intelectual de la fría pasión del arte. El norte, en la otra mano, representa el corazón, el hogar burgués, la profundamente arraigada emoción e íntima humanidad. Ahora, este hogar del corazón, el Norte, me acoge y me abraza en una esplendida celebración. Es un bello y significativo día en mi vida, un "högtidsdag" como el sueco llama cualquier día de regocijo. Permítanme atar mi última petición a esta palabra tan torpemente prestada del sueco: unámonos, damas y caballeros, en gratitud y felicitaciones a la fundación, tan benéfica e importante para todo el mundo, a quien le debemos esta magnifica velada. De acuerdo con las buenas costumbres suecas, acompáñenme con cuatro ¡hurras! para lo fundación Nobel. 2
1. Tu cambiaste mi aparato de lugar y lo dejaste mal ubicado.
2. Traducción propia del inglés tomado de http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1929/mann-speech.html
Todos los escritores pertenecen a la clase de los no oradores. El escritor y el orador no son solo diferentes, sino que están en oposición porque su trabajo y el logro de sus efectos proceden de diferentes maneras. En particular, el escritor convencido es instintivamente repelido, desde un punto de vista literario, por el carácter improvisado y no comprometido de todo hablar, así como por ese principio de economía que deja muchas y, en efecto, decisivas lagunas que deben ser llenadas por los efectos de la personalidad del orador. Pero mi caso se complica a causa de las dificultades temporales que virtualmente han condenado mi improvisada oratoria. Me refiero, por supuesto, a las circunstancias en que he sido puesto por ustedes, caballeros de la Academia Sueca, circunstancias de maravillosa confusión y exuberancia. En verdad, no tenía idea de los estruendosos honores que tienen para entregar. Yo tengo una naturaleza épica, no dramática. Mi disposición y mis deseos claman por paz para enredar mi hilo, claman por un ritmo constante en vida y arte. No es de extrañar que si los dramáticos fuegos artificiales se estrellaron desde el norte contra este ritmo constante, se hayan reducido mis habilidades retóricas incluso por debajo de sus usuales limitaciones. Desde que la Academia Sueca hizo pública su decisión he tenido que vivir en una festiva intoxicación, un encantador patas arriba, y no puedo ilustrar sus consecuencias en mi mente o en mi alma mejor que señalando un bonito y curioso poema de amor escrito por Goethe. Está dirigido a cupido mismo y la linea que tengo en mente va así :"Du hast mir mein Gerät verstellt und verschoben."1 Por lo tanto el Premio Nobel ha forjado una confusión dramática sobre las cosas de mi épico hogar, y seguramente no estoy siendo impertinente si comparo los efectos del Premio Nobel en mí con aquellos que la pasión ejerce en la vida humana bien ordenada.
Y sin embargo, ¡qué difícil es para un artista aceptar sin recelos tales honores como los que ahora se despliegan sobre mi! ¿Existe un artista decente y autocrítico que no tenga una consciencia inquieta sobre ellos? Solo un punto de vista suprapersonal, supraindividual ayudará en tal dilema. Siempre es mejor deshacerse del individuo, particularmente en tal caso. Goethe, orgulloso, dijo una vez "solo los bribones son modestos". Esa es la palabra de un gran señor que buscaba disociarse a sí mismo de la moral de los subalternos e hipócritas. Pero, damas y caballeros, esta difícilmente es toda la verdad. Hay sabiduría e inteligencia en la modestia, y sería un tonto idiota que, de hecho, encontraría una fuente de vanidad y arrogancia en los honores que me han concedido. Hago bien al poner este premio internacional, que por alguna posibilidad me fue dado, a los pies de mi país y de mi pueblo, ese país y ese pueblo a la que los escritores como yo se sienten más cercanos hoy que en el cenit de su estridente imperio.
Después de muchos años, el premio internacional de Estocolmo fue una vez más otorgado a la mente alemana, a la prosa alemana en particular, y les puede resultar difícil apreciar la sensibilidad con la que tales muestras de simpatía mundial son recibidas en mi herido y, a menudo, incomprendido país.
¿Puedo atreverme a interpretar el significado de esta simpatía más de cerca? Los logros intelectuales y artísticos alemanes durante los últimos cincuenta años no se han hecho bajo condiciones favorables para cuerpo y alma. Ningún trabajo tuvo la posibilidad de crecer y madurar en cómoda seguridad, pero el arte y el intelecto han tenido que existir en condiciones intensas y generalmente problemáticas, en condiciones de miseria, agitación y sufrimiento casi oriental y un caos ruso de pasiones, en el que la mente alemana ha preservado el occidental y europeo principio de la dignidad de la forma. Para el europeo la forma es un punto de honor ¿no? No soy católico, damas y caballeros; mi tradición es como la de todos ustedes; apoyo la inmediatez protestante de Dios. Sin embargo, tengo un santo favorito. Voy a decirles su nombre. Es San Sebastián, ese joven en la hoguera, quién, perforado por espadas y flechas desde todos lados, sonríe en medio de su agonía. Gracia en el sufrimiento: ese es el heroísmo simbolizado por San Sebastián. La imagen puede ser valiente, pero yo estoy tentado a reclamar este heroísmo para la mente alemana y el arte alemán, y suponer que ese honor caía sobre los logros literarios alemanes fue dado con este sublime heroísmo en mente. A través de su poesía Alemania ha mostrado la gracia en el sufrimiento. Ella ha preservado su honor, políticamente, al no ceder a la anarquía de la tristeza, pero manteniendo su unidad; espiritualmente uniendo el principio oriental del sufrimiento con el principio occidental de la forma, creando así belleza a partir del sufrimiento.
Permítanme, al final, hacerlo personal. He dicho, incluso a los primeros delegados que vinieron a mí después de la decisión, lo motivado y complacido al recibir tal honor desde el Norte, desde esa esfera escandinava a la que, como hijo de Lübeck, he tenido, desde la infancia, tantas similitudes en nuestros modos de vida, y como escritor por tanta simpatía y admiración literaria por el pensamiento y atmósfera del norte. Cuando era joven, escribí una historia que a la gente joven aún le gusta: Tonio Kröger. Esta historia es sobre el sur y el norte y su mezcla en una sola persona, una problemática y productiva mezcla. El sur es en esa historia la esencia de lo sensual, de una aventura intelectual de la fría pasión del arte. El norte, en la otra mano, representa el corazón, el hogar burgués, la profundamente arraigada emoción e íntima humanidad. Ahora, este hogar del corazón, el Norte, me acoge y me abraza en una esplendida celebración. Es un bello y significativo día en mi vida, un "högtidsdag" como el sueco llama cualquier día de regocijo. Permítanme atar mi última petición a esta palabra tan torpemente prestada del sueco: unámonos, damas y caballeros, en gratitud y felicitaciones a la fundación, tan benéfica e importante para todo el mundo, a quien le debemos esta magnifica velada. De acuerdo con las buenas costumbres suecas, acompáñenme con cuatro ¡hurras! para lo fundación Nobel. 2
1. Tu cambiaste mi aparato de lugar y lo dejaste mal ubicado.
2. Traducción propia del inglés tomado de http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1929/mann-speech.html
Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1905 por Henryk Sienkiewicz
Naciones son representadas por sus poetas y escritores en la competencia abierta por el premio Nobel. En consecuencia, la concesión del premio por la academia no glorifica únicamente al autor, también al pueblo del cual es hijo, testifica que esa nación ha participado en el logro universal y que sus esfuerzos son fructíferos, además que tiene el derecho de vivir por el beneficio de la humanidad. Si este honor es prematuro para todos, lo es infinitamente más para Polonia. Se ha dicho que Polonia está muerta, agotada, esclavizada pero aquí está la prueba de su vida y triunfo. Al igual que Galileo, uno se ve forzado a pensar "E pur si muove"1 cuando frente a los ojos del mundo se ha dado homenaje a la importancia de los logros polacos y su genialidad.
Este homenaje no me ha sido dado a mi - porque la tierra de Polonia es fértil y no carece de escritores mejores que yo- sino al logro polaco y la genialidad polaca. Por esto debería expresar mi más ardiente y más sincera gratitud como polaco a ustedes caballeros miembros de la academia sueca, y concluyo tomando prestadas las palabras de Horacio: «Principibus placuisse non ultima laus est»2 3.
1. Y sin embargo se mueve.
2. Haber ganado la aprobación de personas importantes no es el último grado de elogio.
3. Traducción propia. original en inglés en http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1905/sienkiewicz-speech.html
Este homenaje no me ha sido dado a mi - porque la tierra de Polonia es fértil y no carece de escritores mejores que yo- sino al logro polaco y la genialidad polaca. Por esto debería expresar mi más ardiente y más sincera gratitud como polaco a ustedes caballeros miembros de la academia sueca, y concluyo tomando prestadas las palabras de Horacio: «Principibus placuisse non ultima laus est»2 3.
1. Y sin embargo se mueve.
2. Haber ganado la aprobación de personas importantes no es el último grado de elogio.
3. Traducción propia. original en inglés en http://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1905/sienkiewicz-speech.html
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