viernes, 5 de enero de 2018

Discurso de aceptación al recibir el premio Nobel en 1957 por Albert Camus

Señor, Señora, Altezas Reales, damas y caballeros

Al recibir la distinción con la cual su libre Academia me ha honrado tan generosamente, mi gratitud ha sido profunda, particularmente cuando considero hasta qué punto esta recompensa ha sobrepasado mis méritos personales. Cada hombre, y por razones más fuertes, cada artista quiere ser reconocido. Y yo también. Pero no me ha sido posible conocer su decisión sin comparar sus repercusiones con lo que realmente soy. Un hombre más o menos joven, rico solo en sus deudas y con su trabajo aún en progreso, acostumbrado a vivir en la soledad del trabajo o en los retiros de la amistad, ¿Cómo no sentir una especie de pánico al escuchar el decreto que de repente lo ha transportado, solo y reducido a sí mismo, al centro de una luz deslumbrante? y ¿con qué sentimientos podría él aceptar este honor al mismo tiempo en que otros escritores en Europa, entre ellos los más grandes, son condenados al silencio, e incluso al mismo tiempo en en que su país de nacimiento está atravesando una miseria sin fin?

Sentí esa conmoción y confusión interna. Para recuperar mi paz he tenido que, en resumen, ponerme de acuerdo con una fortuna muy generosa. Y como era imposible igualarlo simplemente descansando en mi logro, no he encontrado nada para apoyarme más que lo que me ha apoyado durante toda mi vida, incluso en las más adversas circunstancias: la idea que tengo de mi arte y del rol del escritor. Permítanme decirles únicamente esto, con espíritu de gratitud y amistad, de la manera más simple que me es posible, cuál es esta idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero nunca lo he puesto por encima de todo. Si, por otro lado, lo necesito porque no me separa de mis semejantes, y me permite vivir, como soy yo, a la par con ellos. Es un medio para despertar el mayor número de personas ofreciéndoles una imagen privilegiada de alegrías y sufrimientos comunes. Esto obliga al artista a no mantenerse alejado: lo somete a la verdad más humilde y universal. Y a menudo, quien eligió el destino del artista porque se sintió a sí mismo diferente, pronto se da cuenta que él no puede mantener ni su arte ni su diferencia a menos que admita que es como los demás. El artista se forja a sí mismo en los otros, a medio camino entre la belleza de la que no puede prescindir y de la comunidad de la cual no puede alejarse. Esta es la razón de porqué los verdaderos artistas no desprecian nada: ellos están obligados más a entender en lugar de juzgar. Y si ellos tienen que tomar partido en este mundo, quizá ellos puedan únicamente tomar partido por la sociedad, de acuerdo con las grandes palabras de Nietzsche, no será el juez sino el creador quien reinará, ya sea un trabajador o un intelectual.

Por la misma razón, la labor del escritor no está exenta de difíciles deberes. Por definición, él no puede colocarse a sí mismo al servicio de aquellos que hacen la historia; él está al servicio de quienes la sufren. De lo contrario, él estará solo y privado de su arte. No todos los ejércitos de la tiranía con sus millones de hombres lo liberarán de su insolación, incluso y particularmente incluso si él cae en los mismos pasos con ellos. Pero el silencio de un desconocido prisionero, abandonado  a las humillaciones en el otro extremo del mundo, es suficiente para sacar al escritor de su exilio, al menos cuando, en medio de los privilegios de la libertad, él logra no olvidar ese silencio y transmitirlo para hacer que resuene a través de su arte.

Ninguno de nosotros es lo suficientemente bueno para tal tarea. Pero en todas las circunstancias de la vida, en la oscuridad o en la fama temporal, atado a las cadenas de la tiranía o libre para, por un tiempo, expresarse a sí mismo, el escritor puede ganar el corazón de una comunidad viva que lo justificará, con la única condición de que él aceptará con los límites de sus habilidades las dos tareas que constituyen la grandeza de su arte: el servicio a la verdad y el servicio a la libertad. Debido a que su tarea consiste en unir el mayor número posible de personas, su arte no debe comprometerse con mentiras ni servidumbre las cuales, siempre que gobiernan, engendran soledad. Cualesquiera que sean nuestras debilidades personales, la nobleza de nuestro arte siempre estará enraizada en dos compromisos difíciles de mantener: el rechazo a mentir sobre lo que uno sabe y la resistencia a la opresión.

Por más de veinte años de una insana historia, perdido sin esperanza alguna como todos los hombres de mi generación en las convulsiones del tiempo, he sido apoyado por una cosa: por el oculto sentimiento que la escritura es hoy un honor porque esta actividad era un compromiso - y no solo un compromiso con la escritura. Específicamente, en vista de mis capacidades y mi estado de ser, era un compromiso para llevar, junto con todos aquellos que han vivido a través de la misma historia, la miseria y la esperanza que compartíamos. Esos hombres, quienes nacieron al principio de la Primera Guerra Mundial, aquellos que tenían veinte cuando Hitler llegó al poder y los primeros juicios revolucionarios estaban empezando, aquellos que luego fueron confrontados como parte de su educación con la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial, el mundo de los campos de concentración, una Europa de tortura y prisioneros, estos hombres hoy deben criar a sus hijos y crear sus obras en un mundo amenazado por la destrucción nuclear. Creo que nadie puede pedirles que sean optimistas. E incluso creo que debemos entender, sin cesar de luchar, el error de quienes en un exceso de desesperación han aceptado su derecho a la deshonra y se han precipitado al nihilismo de la era. Pero el hecho de que la mayoría de nosotros, en mi país y en Europa, hemos rechazado este nihilismo y nos hemos comprometido en una búsqueda por la legitimidad. Han tenido que forjarse un acto de vivir en tiempos de catástrofe para nacer por segunda vez y luchar abiertamente contra el instinto de muerte en el trabajo de nuestra historia. 

Indudablemente, cada generación se siente llamada a reformar el mundo. La mía sabe que no lo reformará, pero quizá su tarea sea incluso mayor. Consiste en prevenir que el mundo se destruya a sí mismo. Heredera de una historia corrupta en la que se mezclan revoluciones caídas, tecnologías enloquecidas, dioses muertos e ideologías desgastadas, donde los poderes de la mediocridad pueden destruirlo todo y aún no saben cómo convencer, donde la inteligencia se ha degradado para convertirse a sí misma en la sirvienta del odio y la opresión, esta generación empezando desde sus propias negaciones ha tenido que restablecer, desde adentro y desde afuera, un poco de lo que constituye la dignidad de la vida y la muerte. En un mundo amenazado por la desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores corren el riesgo de establecer por siempre el reino de la muerte, se sabe que se debería, en una demente carrera contra el reloj, restaurar entre las naciones una paz que no sea servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura y rehacer con todos los hombres el Arca de la Alianza. No es seguro que esta generación sea capaz de cumplir tan inmensa tarea, pero ya está surgiendo alrededor del mundo el doble desafío de la verdad y la libertad y, de ser necesario, saber cómo morir por esto sin sentir odio. Donde sea que se encuentre merece ser saludado y alentado, particularmente donde se ha sacrificado a sí mismo. En cualquier evento, seguro de su total aprobación, es a esta generación a la que me gustaría transmitirle el honor que ustedes acaban de darme.  

Al mismo tiempo, después de haber delineado la nobleza del ejercicio del escritor, yo debería haberlo puesto en su lugar. No tiene más pretensiones que aquellas que comparte con sus camaradas en armas: vulnerable pero obstinado, injusto pero apasionado por la justicia , haciendo su trabajo sin vergüenza u orgullo a la vista de todos, sin dejar de estar dividido entre la tristeza y la belleza, y devoto finalmente para extraer desde su doble existencia las creaciones que obstinadamente él intenta erigir en el destructivo movimiento de la historia. ¿Quien después de todo puede esperar de él soluciones completas y alta moral?  La verdad es misteriosa, evasiva, siempre debe ser conquistada. La libertad es peligrosa, es tan difícil de vivir con ella, tanto como ella nos regocija. Debemos marchar hacia estos dos objetivos, dolorosamente pero con resolución, seguros avanzando sobre nuestros defectos en tan largo camino. ¿Qué escritor, desde ahora con una buena consciencia,  se atrevería a erigirse como predicador de la virtud? Para mi mismo, debo decir una vez más que no soy de este tipo. Nunca he sido capaz de renunciar a la luz, al placer de ser, y la libertad en la que crecí. Mas sin embargo, esta nostalgia explica muchos de mis errores y mis culpas, y sin lugar a duda me ha ayudado a comprender mejor mi oficio. Me está ayudando a apoyar incuestionablemente todos aquellos hombres silenciosos que sostienen la vida que fue hecha para ellos en el mundo solo a través del recuerdo del retorno de una breve y libre felicidad.

Así, reducido a lo que realmente soy, a mis límites y a mis deudas así como a mi difícil creencia, me siento más libre, al concluir, de comentar sobre el alcance y la generosidad del honor que acaban de otorgarme, más libre, también, para decirles que lo recibiría como un homenaje rendido para todos aquellos que, compartiendo la misma pelea, no han recibido ningún privilegio, sino que por el contrario conocen la miseria y la persecución. Me queda agradecerles desde el fondo de mi corazón y hacerles públicamente, como seña personal de mi gratitud, la misma y antigua promesa de fidelidad que cada verdadero artista repite para sí mismo en silencio todos los días.1


1. Traducción propia del inglés, tomado de https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1957/camus-speech.html
Original en francés: https://www.nobelprize.org/nobel_prizes/literature/laureates/1957/camus-speech-f.html





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